viernes, 30 de diciembre de 2016

¡Mira que lorza!, ¡Si yo no como grasas!

Si cada vez que alguien dice esa frase ingresaran un euro en mi cuenta…estaría en el número 1 de la lista Forbes. Seguro que muchos de vosotros lo habéis vivido en vuestras carnes, eschuchar a una madre, un padre, una abuela o abuelo decir: -¿Si yo no como grasa? ¿por qué tengo grasa?. La respuesta de alguien cercano que la escuche, y tenga algo de idea de metabolismo te dirá: -No comes grasas…pero tus 3 cucharadas de azúcar no faltan en el café…o la barra de pan diaria…o repetir en la paella de los  domingos…Yo os diré quien tiene la culpa de todo esto: el Acetil-CoA.


¿El Acetil qué? Vayamos por partes…Nosotros diferenciamos entre grasas, azúcares, proteinas, etc. Nuestro cuerpo no lo hace. Para nuestro cuerpo todo lo que comemos son cadenas de carbono, más cortas o más largas, que al final van a ser recortadas, pasito a pasito para obtener a cambio, con la energía producida, nuevas moléculas que nos permitan correr, saltar, o en definitiva vivir. Todos esos pasitos si los juntamos dan lugar a lo que conocemos como rutas metabólicas. Unas rutas que interaccionan entre sí y que nos podrían recordar perfectamente al mapa del metro de por ejemplo Madrid, y si no mirad:




Vale, el metabolismo es un poco más complejo que el metro de Madrid. Pero nos servirá para que entendáis el por qué de las lorzas sin comer grasas. Cada punto del mapa en el metro es una estación, en el mapa del metabolismo cada estación sería un compuesto, una molécula distinta, resultado de cada una de las reacciones químicas que se dan. Pues bien, en toda esa maraña de rutas hay un compuesto en el cual converge todo, o casi todo. Ese punto es el compuesto llamado Acetil-CoA y que en nuestra figura hemos marcado con una flecha. En el metro sería el equivalente a un intercambiador, en el cual puedes cambiar de una linea de metro a otra.

Este compuesto es el punto en común entre los azúcares y las grasas, es el intercambiador entre la línea de los azúcares y la línea de las grasas. Cuando llevamos una dieta rica en azúcares (hidratos de carbono) estos se reducen a glucosa. La glucosa en exceso se almacena en largas cadenas llamadas glucógeno. El problema es que el tamaño de esos almacenes en el organismo es reducido, y se opta por almacenar algo más fácil y que nosotros odiamos, los ácidos grasos o la grasa, que va a depositarse en las famosas lorzas. 



La molécula de glucosa sufre una serie de reacciones hasta quedar convertida en moléculas más simples (rutas catabólicas o de degradación). En ese trayecto la célula obtiene energía y al final de él nos queda nuestro famoso Acetil-CoA, en caso de gasto energético esa molécula es reducida a dióxido de carbono (CO2) en el llamado ciclo de Krebs (esa ruta circular que se ve justo debajo de la flecha). Pero si hay energía suficiente en el organismo el Acetil-CoA es utilizado por los enzimas celulares para la producción de los ácidos grasos por rutas anabólicas (de construcción). Estos ácidos grasos se almacenan principalmente en tejido graso, situado especialmente en la zona abdominal y !tachán¡ aparecen las lorzas, michelines y todos sus derivados. 

Es un mecanismo de respuesta natural y evolutivo, pensad en el ser humano como cazador-recolector. No se comía todos los días y era necesario almacenar reservas, en forma de grasa. Cuando no había comida disponible el organismo recurría al uso de esas grasas almacenadas para la obtención de energía. El problema es que en el primer mundo comer ya no es una necesidad vital, si no un placer, acabamos comiendo en exceso y la grasa abdominal no llega a consumirse. Y si os fijáis la “culpa” de todo esto la tiene el Acetil-CoA, que debería ser nombrado el patrón de los gimnasios, porque si no existiese, ¿quién iría a machacarse allí para quitarse esa lorza que ha salido sin comer nada de grasa?. Ahora ya podéis responder (si no lo habíais hecho ya) a aquellos que exclaman: ¡Mira que lorza!, ¡Si yo no como grasas!.

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